lunes, 11 de agosto de 2008

De las Chinampas a la Megalópolis. El medio ambiente en la cuenca de México

Material bibliográfico para realizar el curso de Historia de México I. Profesora: Susana Huerta González. Ezcurra, Exequiel. De las Chinampas a la Megalópolis. El medio ambiente en la cuenca de México. # 91 de la Ciencia para todos. F.C.E. México. 2003. 119 pp[1].

I. LAS TRANSFORMACIONES Y EL DETERIORO AMBIENTAL DE LA CUENCA DE MÉXICO (p. 9-11)

ATRAPADA entre las montañas del Eje Volcánico Central, la cuenca de México ha sido, y es todavía, el centro cultural, político, económico y social de la nación mexicana. Es también la sede del mayor complejo urbano del mundo, uno de los ejemplos más notorios del fenómeno de concentración urbana en los países del Tercer Mundo. El viejo Tenochtitlan, la capital del Anáhuac, la colonial ciudad de los palacios que maravilló a Alejandro de Humboldt es hoy el estereotipo del desastre urbano que representan las megalópolis de los países dependientes.

Antes de la conquista española, la cuenca de México se encontraba ocupada por un conjunto de pueblos bajo el dominio de Tenochtitlan-Tlatelolco, que compartía los elementos tecnológicos y culturales de una civilización lacustre altamente desarrollada. La agricultura azteca estaba basada en el cultivo de las chinampas, un sistema de agricultura intensiva altamente productivo formado por una sucesión de campos elevados dentro de una red de canales dragados sobre el lecho del lago. El sistema chinampero reciclaba de una manera muy eficiente los nutrientes acarreados por las lluvias de los campos agrícolas, a través de la cosecha de productos acuáticos de los canales. Así, se obtenían cosechas abundantes que abastecían de alimentos a la población de la cuenca, estimada por muchos investigadores en varios millones de personas. Ya en tiempos prehispánicos, sin embargo, las civilizaciones de la cuenca dependían en cierto grado de la importación de productos autóctonos, los que, recolectados bajo la forma de tributo al emperador azteca, subsidiaban la economía local. Con la Conquista, las ciudades de la cuenca fueron rediseñadas según la traza de los pueblos españoles y la superficie lacustre comenzó a ser considerada incompatible con el nuevo estilo de edificación y uso de la tierra. A partir del siglo XVII, comenzaron a construirse obras de drenaje de tamaño y complejidad crecientes, con el objeto de librar a la ciudad del riesgo de inundaciones y de secar el lodoso subsuelo del fondo del lago. Estas obras, a su vez, produjeron poco a poco cambios en el medio ambiente de la cuenca. La pérdida de la agricultura chinampera fue una de las primeras consecuencias de estos cambios.
La situación ambiental de la cuenca de México se ha deteriorado muy rápidamente durante los últimos 40 años. Como en muchas otras partes de América Latina, la industrialización de México en el siglo XX trajo como resultado, un proceso de migración acelerada de campesinos hacia las grandes ciudades. En su rápido crecimiento, la ciudad de México fue devorando los pueblos satélites de la antigua capital, hasta convertirse en la inmensa megalópolis que es actualmente. El conglomerado urbano ocupa la mayor parte del Distrito Federal, y también una fracción importante del vecino Estado de México. Las cadenas montañosas al sur y al oeste de la cuenca, hasta hace unos quince años poco afectadas por el crecimiento de la ciudad, sufren ya las consecuencias del desarrollo urbano explosivo. La cuenca de México, que ocupa sólo el 0.03% de la superficie, del país, es el hábitat de 22% de su población y constituye un problema ambiental, social y político de inmensas proporciones.

Todos los citadinos son más o menos conscientes del grave problema de contaminación ambiental que genera la ciudad de México. Sin embargo, pocos son conscientes que, a nivel ecológico, una de sus características más notables es el alto grado de dependencia que tiene respecto de otros ecosistemas. Ni la ciudad ni la cuenca de México son autosuficientes. Dependen cada vez más del abastecimiento de bienes provenientes de distintas regiones del país y, de esta manera, el crecimiento de la ciudad representa un grave costo ambiental para el resto del país. Es sabido, por ejemplo, que las selvas del sudeste de México están desapareciendo rápidamente por la tala. Pero pocos capitalinos saben que una de las principales causas de este verdadero desastre ecológico es la creciente demanda de carne por parte de la clase media urbana, la cual, literalmente, se está comiendo la selva en forma de filetes. La mayor parte de las selvas taladas en el sureste quedan, en ultima instancia, como pastizales tropicales destinados a producir la carne que se vende en los mercados de los grandes centros industriales, y, en particular, en los rastros de la ciudad de México. En este trabajo discutiremos la dependencia de la cuenca de México respecto del resto del país desde el punto de vista ecológico. Analizaremos algunos aspectos de la historia ambiental de la cuenca y los costos del crecimiento y del mantenimiento de la ciudad de México para los capitalinos y para el resto del país.

II. EL ESCENARIO ECOLÓGICO…
De este capítulo, solo la parte: ¿EL CUERNO DE LA ABUNDANCIA? (p. 28-30)

De las anteriores descripciones se desprende la idea de que la cuenca de México era un área inmensamente diversa en paisajes y recursos naturales. Tenía bosques pastizales y lagos; vivía en ella un gran número de especies animales comestibles; llegaban a ella anualmente millones de aves migratorias. Era un lugar en el que se daba bien el maíz, el chile y el frijol, y donde crecían casi silvestres: el nopal y el maguey. ¿Acaso esto quiere decir que las poblaciones prehispánicas no tenían carencias? ¿Debemos creer que vivían en un estado de perfecta satisfacción de sus necesidades básicas, en una especie de cuerno de la abundancia?

Desde el punto de vista ecológico, debemos distinguir el concepto de diversidad de recursos naturales del concepto de productividad de los mismos. El concepto de diversidad o riqueza biológica implica la existencia de muchos recursos distintos, con posibilidades de usos, alternativos entre ellos. La cuenca de México era, efectivamente, un sistema altamente diverso con una gran, heterogeneidad de paisajes, de hábitats y de especies vegetales y animales. Su productividad, es decir la cantidad de recursos que se obtenían por unidad de superficie y por año, era al parecer muy variable, y demandaba grandes esfuerzos por parte de sus pobladores. Las sequías y las heladas de invierno afectaban a buena parte de la cuenca. Para evitar estos problemas, los aztecas pescaban y cazaban en las aguas de los lagos, pero este tipo de recolección representaba un esfuerzo mucho mayor que, el de la recolección en tierra firme. La agricultura chinampera, aunque mucho más eficiente y segura que la de, temporal; representaba también un inmenso esfuerzo de movimiento de tierra, relleno de parcelas y excavación de canales.

Así, aunque la cuenca de México era un sistema de altísima diversidad, el crecimiento de la población ya en tiempos prehispánicos llegó a rebasar su productividad y, por lo tanto, su capacidad de sustento. Por razones que veremos en el siguiente capítulo, existe evidencia de que el abasto de carne animal, sobre todo la de los grandes herbívoros, fue un problema para los habitantes de la cuenca de México desde tiempos muy remotos. La falta de carne llevó al consumo de aves y organismos acuáticos que los pobladores prehispánicos recolectaban del lago. También llevó al desarrollo de un ingenioso sistema de utilización de la vegetación adventicia: los pobladores de la cuenca comenzaron a utilizar las malezas de los campos de maíz para su consumo como verdura fresca, malezas llamadas en náhuatl quilitl y conocidas actualmente como quelites. Los quelites no eran otra cosa que las plántulas tiernas de las malezas que invadían las chinampas. Estas plántulas se obtenían en grandes cantidades antes de los deshierbes de la milpa, y durante las primeras semanas de su crecimiento contienen un alto valor nutritivo y un buen contenido proteico. La agricultura mexica obtenía como quelites varias especies de distintas familias. Cada una de ellas tenía un nombre que la distinguía, y sus propiedades, usos y sabores eran reconocidos por la población. Varias de estas especies, como el epazote, el pápalo, la verdolaga y los romeritos, son consumidas actualmente en la ciudad de México, y forman parte importante de la dieta del mexicano moderno. Niederberger (1987b) cita el uso de dieciséis especies de quelites, pertenecientes a distintas familias botánicas (Quenopodiáceas, Amarantáceas, Compuestas, Gramíneas, Portulacáceas, Oxalidáceas, Escrofulareáceas, Solanáceas, Poligonáceas, Ninfáceas y Umbelíferas). Otros quelites eran usados también como medicinales: el epazote (Chenopodium ambrosioides) era un antihelmíntico efectivo, y el cempasúchil (Tagetes sp.) se usaba como catártico y febrífugo (Ortiz de Montellano, 1975). Esta mezcla de agricultura de plantas cultivadas con recolección de plantas y animales silvestres fue quizás el sello más distintivo del modo de producción prehispánico en la cuenca.

Sin embargo, a medida que fue creciendo la población, los pobladores de la cuenca se vieron obligados a traer grandes cantidades de materias primas y productos de otras regiones. En el auge del imperio azteca, México Tenochtitlan importaba de fuera de la cuenca 7 000 toneladas de maíz al año, 5 000 de frijol, 4 000 de chía, 4 000 de huautli (amaranto o alegría), 40 toneladas de chile seco y 20 toneladas de semilla de cacao (López-Rosado, 1988). Introducían también grandes cantidades de pescado seco, miel de abeja, aguamiel de maguey, algodón, henequén, vainilla, frutas tropicales, pieles, plumas, maderas, leña, hule, papel amate, tecomates, cal, copal, sal, grana, añil y muchas cosas más. En el siguiente capítulo veremos con más detalle este problema.

III. HISTORIA AMBIENTAL DE LA CUENCA (p. 30-43)
LA PREHISTORIA (p.30-32)

SE HA establecido con relativa precisión que el hombre llegó al continente americano en tiempos geológicos recientes, comparados con el largo tiempo de ocupación humana que tienen Africa, Europa y Asia. Durante los últimos dos millones de años, en un periodo geológico conocido como Pleistoceno, la Tierra experimentó una serie de enfriamientos en los polos con acumulación, de grandes masas de hielo en las regiones boreales. La última de estas glaciaciones, conocida como estadio glacial Wisconsiniano, comenzó hace unos 70 000 años y acabó hace unos 10 000 a 12 000 años.

Durante el Wisconsiniano, grandes cantidades del agua del planeta se acumularon en los polos y los mares bajaron de nivel varias decenas de metros. Estos cambios permitieron el paso de grupos humanos através del estrecho de Behring, los que se expandieron rápidamente a lo largo de todo el continente desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

La fecha exacta de la llegada del hombre al continente americano es aún motivo de polémicas. Algunos autores, basados en fechas obtenidas por análisis de Carbono 14, sostienen que la llegada del hombre fue hace unos 12 000 años, a finales del Wisconsiniano (Marcus y Berger, 1984; Martin, 1984). Otros investigadores, sin embargo, presentan evidencias de ocupaciones muy anteriores, hasta de hace 25 000 años antes del presente (Lorenzo, 1981; MacNeish, 1976). En la cuenca de México en particular, se han encontrado restos arqueológicos en Tlapacoya depositados hace unos 22 000 años (Lorenzo, 1981). A pesar de la polémica, que aún subsiste, sobre la fecha exacta de la llegada del hombre a América, podemos concluir que el hombre llegó al nuevo mundo hacia finales del Pleistoceno, cuando llevaba ya cientos de miles de años de expansión demográfica y cultural en el viejo mundo.

La expansión del hombre en el continente americano coincidió con la retirada de los hielos de la última glaciación y, al mismo tiempo, con la extinción de muchas especies de grandes mamíferos (Halffter y Reyes-Castillo, 1975). Las razones de estas desapariciones masivas son todavía sujeto de encendidos debates (véase, por ejemplo, Diamond, 1984 y Martin, 1984). Una teoría reciente, bautizada como la "hipótesis de la sobrecaza", sostiene que las extinciones del Pleistoceno tardío fueron inducidas por la llegada del hombre, un depredador nuevo, organizado en pequeños grupos sociales, culturalmente evolucionado, capaz de fabricar herramientas y artes de caza y, sobre todo, poseedor de una mortífera eficiencia en sus métodos de captura. La teoría de la sobrecaza sostiene que a medida que el hombre fue avanzando sobre el nuevo continente como una verdadera onda epidémica, fue dejando tras de sí una estela de extinciones de grandes herbívoros que, no acostumbrados a este nuevo depredador, sucumbieron fácilmente a la captura.

Lo que es claro, en todo caso, es que los primeros hombres en América no fueron capaces de domesticar animales como lo hicieron los hombres asiáticos y europeos (la excepción, por supuesto, es la domesticación de las llamas y las vicuñas por los incas y, aunque menos importante, la de los patos y los guajolotes en la cuenca de México). La presión de la caza sobre las poblaciones de grandes herbívoros extinguió un gran número de especies. Muy pronto los hombres americanos tuvieron que enfrentar su supervivencia colectando plantas y pequeños animales, incluso insectos. Curiosamente, su incapacidad para domesticar especies animales aceleró más tarde la domesticación de plantas de cultivo. La domesticación del maíz es uno de los procesos de cambio genético de una población silvestre más rápidos que se conocen. En unos pocos miles de años, un tiempo relativamente corto para los ritmos de los procesos culturales en la prehistoria, aquellos primeros cazadores que llegaron a América se habían transformado en eficientes agricultores sedentarios. El proceso de extinción de grandes animales proveedores de carne aceleró el proceso de desarrollo de la agricultura y de domesticación de plantas silvestres en todo Mesoamérica. En la cuenca de México, en particular, las excavaciones arqueológicas muestran que la proporción de huesos en los restos de comida fue disminuyendo con el tiempo hasta formar menos del 1% de la dieta en los poblados agrícolas sedentarios durante el periodo clásico y los posteriores (Sanders, 1976a; Sanders et al, 1979).

EL PERIODO PREHISPÁNICO (p-32-38)

Cuando la agricultura comenzó a desarrollase en la cuenca, hace unos 7 000 años (Lorenzo, 1981; Niederberger, 1979), los grupos humanos en el área se hicieron sedentarios y empezaron a organizarse en pequeños poblados ocupando las partes bajas del valle. Los primeros grupos sedentarios se establecieron en áreas planas que poseían un buen potencial productivo y adecuada humedad, pero que, al mismo tiempo, se encontraban cerca de áreas más elevadas como para evitar las inundaciones durante la temporada de lluvias (Niederberger, 1979).

Entre los años 1700 y 1100 a. C., los primeros poblados grandes empezaron a formarse al noreste de la cuenca. Para el año 100 a. C., la población de la cuenca era de aproximadamente 15 000 habitantes, con varios pueblos de más de 1 000 personas distribuidos en diferentes partes del valle. Hacia los comienzos de la Era Cristiana la población de Texcoco, al este de la cuenca, era ya de unos 3 500 habitantes. En esa misma época comenzó el desarrollo del centro urbano y religioso de Teotihuacan, al noreste del lago de Texcoco y suficientemente alejado de las áreas más proclives a las inundaciones. Hacia el año 100 d.C., Teotihuacan tenía ya unos 30 000 habitantes, y cinco siglos más tarde, en el año 650, la población de este gran centro ceremonial alcanzó a superar los 100 000 habitantes (Parsons, 1976). Un siglo más tarde, la población de Teotihuacan había descendido nuevamente a menos de 10 000 habitantes. No se sabe con certeza cuál fue la causa del colapso de esta cultura. Algunos investigadores lo atribuyen al alzamiento de grupos sometidos; otros, al agotamiento de los recursos naturales explotados por los teotihuacanos. Aun si la primera hipótesis fuera cierta, el significado ecológico del tributo que se exigía a los grupos sometidos era el de aportar recursos naturales con los que se subsidiaba la economía local. En cualquiera de las dos hipótesis, por lo tanto, el agotamiento de los recursos naturales y el conflicto sobre su apropiación aparecen como la causa principal. Según Sanders (1976a; véase también Sanders et al., 1979) la sobreexplotación de los recursos naturales semiáridos que rodean a Teotihuacan, junto con la falta de una tecnología apropiada para explotar los terrenos fértiles pero inundables del fondo de la cuenca, fueron determinantes decisivos en el colapso de esta civilización.

Varias culturas existieron en las márgenes de los lagos antes y durante la llegada y el establecimiento de los aztecas.

Además de los asentamientos originales en Teotihuacan, Texcoco y en varios otros pueblos menores, inmigrantes de otros grupos étnicos se fueron asentando en la cuenca. Los chichimecas, provenientes del norte, se asentaron en Xoloc; mientras que acolhuas, tepanecas y otomíes ocupaban las márgenes occidentales del lago (Azcapotzalco, Tlacopan y Coyohuacan) y grupos de influencia tolteca se establecían al oriente (Culhuacán, Chimalpa y Chimalhuacán). El sistema lacustre en el fondo de la cuenca se fue rodeando lentamente de un cúmulo de pequeños poblados. El desarrollo de nuevas técnicas agrícolas basadas en el riego por inundación del subsuelo y en la construcción de canales, permitieron un impresionante aumento en las densidades poblacionales. En los campos cultivados con esta nueva técnica, las chinampas, los canales servían a la vez como vías de comunicación y de drenaje, mientras que la agricultura en campos rellenados con el sedimento extraído de los canales permitió un mejor control de las inundaciones. Los grupos residentes, al mismo tiempo, fueron aprendiendo a reemplazar la falta de grandes herbívoros para la caza con la caza y recolección de productos de los lagos y de los canales, entre ellos varias especies de peces y de aves acuáticas, ranas, ajolotes, insectos y acociles, así como con la recolección de quelites y hierbas verdes descritos en el capítulo anterior.
Alrededor del año 1325, los aztecas —o mexicas— llegaron del norte y fundaron su ciudad en una isla baja e inundable, la isla de Tenochtitlan, que en pocos siglos se convirtió en la capital del poderoso imperio azteca y en el centro político, religioso y económico de toda Mesoamérica. Aún no se sabe con certeza la razón por la cual los aztecas eligieron este sitio para fundar su ciudad, pero la elección se convirtió con el tiempo en una leyenda de gran importancia cultural y en un elemento de tradición e identidad étnica. Según la leyenda azteca, el lugar de asentamiento de su ciudad fue revelado por los dioses bajo la forma, de un águila devorando una serpiente sobre un nopal. Esta manifestación fue tomada como señal del fin de su larga peregrinación desde Aztlán. Se puede argumentar que, para la civilización lacustre de la cuenca en ese momento, los asentamientos en tierras más altas no representaban ninguna ventaja, porque éstas no eran cultivables bajo el sistema de Chinampas que era la base económica de todos los grupos humanos en la región. Es también probable que durante las primeras etapas de su asentamiento, los aztecas no dispusieran del poder militar necesario para desplazar a otros grupos de los mejores sitios agrícolas. Aunque menos valiosa desde el punto de vista agrícola que las vecinas localidades de Texcoco, Azcapotzalco, o Xochimilco, la pequeña e inundable isla de Tenochtitlan se encontraba físicamente en el centro de la cuenca. Esta característica fue un elemento de gran importancia en la cosmovisión azteca, que se basó en la creencia de que la isla era el eje cosmológico de la región, el verdadero centro de toda la Tierra. Reforzada por la necesidad de obtener alimentos de fuentes externas, esta creencia probablemente determinó en gran medida la estructura social de la metrópoli azteca, organizada alrededor de guerreros despiadados y de una poderosa casta sacerdotal. Estas dos clases mantuvieron un inmenso imperio basado en la guerra ritual y en la dominación de los grupos vecinos (García Quintana y Romero Galván, 1978).
Entre los años de 1200 y de 1400 d.C., antes, durante y después de la llegada de los aztecas, una impresionante sucesión de cambios culturales y tecnológicos tuvo lugar en la cuenca, tanto antes como después de la fundación de Tenochtitlan. Se estima que hacia finales del siglo XV la población de la cuenca alcanzó el millón y medio de habitantes, distribuidos en más de cien poblados. En ese tiempo la cuenca de México era, con toda seguridad, el área urbana más grande y más densamente poblada de todo el planeta. Tlatelolco, originalmente una ciudad separada de Tenochtitlan, había sido anexado por los aztecas en 1473 y formaba parte de la gran ciudad. La ciudad presentaba una traza cuadrangular de algo más de tres kilómetros, por lado con una superficie total de cerca de 1 000 hectáreas. Estaba dividida en barrios o calpulli relativamente autónomos, en los que se elegían los jefes locales. Los espacios verdes eran amplios: las casas de los señores tenían grandes patios interiores y las chozas de los plebeyos se encontraban al lado de su chinampa, en la que se mezclaban plantas comestibles, medicinales y de ornato. La mitad de cada calle era de tierra dura y la otra estaba ocupada por un canal: Dado que los aztecas no usaban animales de carga ni vehículos terrestres, el transporte de carga por medio de chalupas y trajineras era el medio más eficiente.

Las dos islas más grandes y pobladas del lago, Tenochtitlan y Tlatelolco, habían sido unidas a un grupo de islas menores mediante calles elevadas, formando un gran conglomerado urbano rodeado por las aguas del lago y vinculado con las márgenes del lago a través de tres calzadas elevadas hechas de madera, piedra y barro apisonado. Dos acueductos, construidos con tubos de barro estucado, traían agua potable al centro de Tenochtitlan: uno bajaba de Chapultepec por la calzada a Tlacopan y el otro venía de Churubusco por la calzada a Iztapalapa. Para controlar las inundaciones un largo albardón —la presa de Nezahualcóyotl— había sido construido en la margen este de la ciudad, para separar las aguas de Tenochtitlan de las del gran cuerpo de agua que formaba en esa época el Lago de Texcoco.

Vale la pena discutir, en este momento, el fenómeno del canibalismo ritual de los aztecas como un problema relacionado con el uso ambiental de la cuenca. Existen dos grandes corrientes antropológicas que tratan de explicar este fenómeno (Anawalt, 1986). La primera, una corriente humanista, explica el canibalismo ritual como el resultado de la concepción azteca del Cosmos. Según estos pensadores la ideología particular y las creencias religiosas de los aztecas fueron el motor principal de estos ritos sangrientos. Otros investigadores, que llamaremos la corriente materialista, no otorgan a la ideología un lugar tan importante y piensan que las presiones materiales generadas por el mismo crecimiento de la población fueron la causa principal del canibalismo. Para algunos, este ritual servía como un cruento mecanismo de control demográfico; para otros, proporcionaba a los sacerdotes y a los guerreros un suplemento alimenticio altamente proteico en una sociedad donde la obtención de proteínas representaba un problema social. Como en todas las polémicas de este tipo, es probable que ambos grupos tengan algo de razón. La respuesta a este enigma puede encontrarse, en parte, en los recientes hallazgos de Eduardo Matos Moctezuma (1987) en las excavaciones del Templo Mayor de Tenochtitlan. Estos estudios han demostrado que el Imperio azteca estaba basado en el culto religioso del Sol, la guerra y los sacrificios. Según Matos, las dos divinidades que compartían el santuario en la cúspide del Templo Mayor, Tláloc, el dios de la lluvia y el agua, y Huitzilopochtli, el dios del Sol y de la guerra, representaban las bases del poder azteca: la agricultura y el tributo guerrero. El Templo Mayor constituía el centro del Imperio azteca y era también su mayor símbolo, la representación material de su cosmovisión. Funcionaba como observatorio astronómico y permitía regular y administrar la eficiente agricultura mexica, uno de los principales pilares del imperio. Pero también funcionaba como lugar ceremonial en el centro físico de la cuenca, al cual llegaban tributos de toda la periferia sojuzgada mediante la guerra. Entonces, el Templo era también una especie de metáfora del segundo soporte del imperio, la apropiación de recursos exógenos a la cuenca. El desarrollo agrícola y la apropiación de tributos mediante la guerra formaban parte fundamental del universo ideológico y de las necesidades materiales de lo que ya en el siglo XIV era la región más densamente poblada del planeta. De esta manera, la explicación ideológica del canibalismo azteca quedaría enmarcada en una lógica económica: el macabro ritual servía para legitimar el poder de los dirigentes, para mantener el espíritu militarista y, en última instancia, para preservar el sistema de conquista y tributo guerrero que permitía a los aztecas apropiarse de los productos generados por otros grupos (Duverger, 1983).

LA CONQUISTA (p. 38-40)

Cuando los españoles llegaron, en 1519, la cuenca se encontraba ocupada por una civilización bien desarrollada, cuya economía giraba fundamentalmente alrededor del cultivo de las chinampas que rodeaban al lago. La magnificencia de sus áreas verdes impresionó tanto a Hernán Cortés que incluyó largas descripciones de los jardines de Tenochtitlan en sus Cartas de relación al emperador Carlos V. Por ejemplo, al describir una casa de un señor mexica, Cortés refirió lo siguiente:

Tiene muchos cuartos altos y bajos, jardines muy frescos de muchos árboles y rosas olorosas; así mismo albercas de agua dulce muy bien labradas, con sus escaleras hasta lo hondo. Tiene una muy grande huerta junto a la casa, y sobre ella un mirador de muy hermosos corredores y salas, y dentro de la huerta una muy grande alberca de agua dulce, muy cuadrada, y las paredes de gentil cantería; y alrededor de ella un andén de muy buen suelo ladrillado, tan ancho que pueden ir por él cuatro paseándose; y tiene de cuadra cuatrocientos pasos, que son en torno mil y seiscientos; de la otra parte del andén hacia la pared de la huerta va todo labrado de cañas con unas vergas, y detrás de ellas todo de arboledas y hierbas olorosas, y dentro de la alberca hay mucho pescado y muchas aves, así como lavancos y zarzetas y otros géneros de aves de agua, tantas que muchas veces casi cubren al agua. (Segunda carta de relación, 30 de octubre de 1520.)

Desafortunadamente, la admiración de los españoles hacia la cultura azteca fue más bien efímera. Después de un sitio de noventa días, los soldados de Cortés, apoyados por un gran ejército de aliados locales que querían liberarse del dominio mexica, tomaron Tenochtitlan y en un tiempo muy breve desmantelaron totalmente la estructura social de la metrópoli azteca. La ciudad misma, símbolo de la cosmología y del modo de vida de los mexicas, sufrió de manera especial esta profunda transformación (DDF, 1983). Con el apoyo del trabajo barato que proveía la población conquistada, los españoles rediseñaron la ciudad completamente, construyendo nuevos edificios coloniales de estilo español en lugar de los templos y palacios aztecas.

Con la conquista española, los caballos y el ganado fueron introducidos a la cuenca de México y tanto los métodos de transporte como la agricultura sufrieron una transformación radical. Muchos de los antiguos canales aztecas fueron rellenados para construir sobre ellos calles elevadas, adecuadas para los carros y los caballos. De esta manera, las chinampas comenzaron a ser desplazadas del centro de la ciudad. Un nuevo acueducto fue construido desde Chapultepec hasta el zócalo de la nueva ciudad colonial. El ganado doméstico europeo (vacas, borregos, cabras, cerdos y pollos) trajo a la cuenca una nueva fuente de proteína. Con el ganado no sólo cambiaron los hábitos alimenticios de las clases dominantes (los campesinos mantuvieron su dieta básica de maíz, frijoles y chile), sino que cambió también el uso del suelo por el pastoreo y la utilización de los productos agrícolas por el uso de granos como el maíz, que antes de la Conquista eran reservados exclusivamente para el consumo humano y que los españoles comenzaron a usar para alimentar a sus animales.

Así, la fisonomía general de la cuenca comenzó a cambiar profundamente. Los densos bosques que rodeaban al lago comenzaron a ser talados para proveer de madera a la ciudad colonial y abrir campos de pastoreo para el ganado doméstico. La llegada de los españoles también trajo una gran disminución en la población de la cuenca, en parte por las matanzas asociadas a la guerra de dominación, en parte por emigración de los grupos indígenas residentes, pero sobre todo por la llegada de las nuevas enfermedades infecciosas que trajeron los españoles, contra las cuales los pobladores indígenas no tenían resistencia inmunológica (León Portilla, Garibay y Beltrán, 1972). Un siglo después de la Conquista, la población total de la cuenca había disminuido a menos de 100 000 personas.

LA COLONIA (p.40-43)

Los españoles, a su vez, fueron también transformados por la cultura indígena, de una manera quizás más sutil pero igualmente irreversible. El México colonial se convirtió en una síntesis de la cultura azteca y de la cultura española, la cual a su vez se encontraba fuertemente influida por siglos de ocupación árabe en la Península Ibérica. La avanzada agricultura indígena desarrollada en la cuenca y el uso tradicional de la rica flora mexicana, armonizaron bien con la tradición árabe-española de los patios y jardines interiores. Otro elemento urbanístico de gran importancia social, compartido por las culturas azteca y española, era la existencia de grandes espacios abiertos en el centro de las ciudades, rodeados de los principales centros ceremoniales, religiosos y de gobierno, y generalmente cerca también del mercado de la ciudad (Anónimo, 1788). Así, las plazas y los mercados en general y el zócalo de la ciudad en particular, se convirtieron en los ejes de la vida colonial, la arena pública donde las clases sociales se daban la cara, el lugar de encuentro donde los elementos aztecas y españoles se fueron mezclando lentamente en una nueva cultura.

Algunas diferencias culturales persistentes, sin embargo, siguieron provocando lentamente, la transformación del paisaje de la cuenca. Desde el principio de la Colonia fue claro que la nueva traza que querían imponer los españoles a la ciudad era incompatible con la naturaleza lacustre del valle (Sala Catalá, 1986). El relleno de los canales aztecas para construir calzadas elevadas empezó a obstruir el drenaje superficial de la cuenca y empezaron a formarse grandes superficies de agua estancada (Anónimo, 1788), mientras que el pastoreo y la tala de las laderas boscosas que rodeaban a la cuenca aumentó la escorrentía superficial durante las intensas lluvias del verano. La primera inundación severa ocurrió en 1553, seguida de nuevas inundaciones en 1580,1604,1629, y posteriormente a intervalos cada vez más cortos (Sala Catalá, 1986). Durante las temporadas de secas, por otro lado, los lagos se veían cada vez más bajos. Humboldt, describió este fenómeno en 1822 en su Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España:

Parece, pues, que los primeros conquistadores quisieron que el hermoso valle de Tenochtitlan se pareciese en todo al suelo castellano en lo árido y despojado de su vegetación. Desde el siglo XVI se han cortado sin tino los árboles, así en el llano sobre el que está situada la capital como en los montes que la rodean. La construcción de la nueva ciudad, comenzada en 1524, consumió una inmensa cantidad de maderas de armazón y pilotaje. Entonces se destruyeron, y hoy se continúa destruyendo diariamente, sin plantar nada de nuevo, si se exceptúan los paseos y alamedas que los últimos virreyes han hecho alrededor de la ciudad y que llevan sus nombres. La falta de vegetación deja el suelo descubierto a la fuerza directa de los rayos del sol, y la humedad que no se había ya perdido en las filtraciones de la roca amigdaloide basáltica y esponjosa, se evapora rápidamente y se disuelve en el aire, cuando ni las hojas de los árboles ni lo frondoso de la yerba defienden el suelo de la influencia del sol y vientos secos del mediodía. Como en todo el valle existe la misma causa, han disminuido visiblemente en él la abundancia y circulación de las aguas. El lago de Texcoco, que es el más hermoso de los cinco, y que Cortés en sus cartas llama mar interior, recibe actualmente mucha menos agua por infiltración que en el siglo XVI, porque en todas partes tienen unas mismas consecuencias los descuajos y la destrucción de los bosques.

La poca altura de las montañas al norte de la cuenca y la existencia de pasos casi a nivel entre algunas de ellas llevaron al gobierno colonial a planear el drenaje de la cuenca hacia el norte, desde los alredores del lago de Zumpango hacia el área de Huehuetoca. El primer canal de drenaje tenía 15 km de longitud, de los cuales 6 km formaban una galería subterránea en Nochistongo (Figura 2 ). En el año de 1608 este canal abrió por primera vez la cuenca de México hacia el Océano Atlántico a través de la cuenca del río Tula, en el actual estado de Hidalgo (Lara, 1988). El continuo azolvamiento de la galería obligó al virreinato a abrir, dos siglos más tarde, un canal profundo a cielo abierto conocido como el "Tajo de Nochistongo". Las obras del drenaje de Huehuetoca continuaron hasta principios del siglo XX. Inicialmente el canal funcionaba sólo como un vertedero del exceso de agua en la cuenca, pero con la construcción del canal de Guadalupe en 1796, el sistema de eliminación de aguas hacia el Tula se conectó con el Lago de Texcoco y las áreas lacustres de la cuenca comenzaron a achicarse rápidamente.

Figura 2. El canal de Huehuetoca en 1773, según los agrimensores Felipe y Francisco de Zúñiga y Ontiveros (tomado de Trabulse, 1983).

En 1769 se dio por primera vez una discusión en el seno del gobierno colonial sobre la conveniencia de secar los lagos. José Antonio Alzate, un pionero de las ciencias naturales en México, fue el único en alzar su voz contra el proyecto, para sugerir que mejor se emprendiera la construcción de un canal regulador que controlara los niveles del Lago de Texcoco y mantuviera al mismo tiempo las superficies lacustres de la cuenca (Trabulse, 1983; Figura 3).

LA INDEPENDENCIA (p.43-47)

La guerra de Independencia (1810-1821) produjo pocos cambios en la fisonomía general de la ciudad (González Angulo y Terán Trillo, 1976). Los cambios más importantes durante este periodo los trajeron las leyes de Reforma, cuatro décadas después de la Independencia, que impusieron severas restricciones al poder de la iglesia. A pesar de la Reforma, las plazas continuaron siendo el centro de la vida cultural, política y religiosa de la ciudad. Posiblemente el efecto más importante de la Reforma fue el hacer efectiva la ley de desamortización promulgada en 1856. Esta ley establecía que todas las fincas rústicas y urbanas de las corporaciones religiosas y civiles se adjudicarían en propiedad a sus arrendatarios por un valor calculado a partir de la renta vigente. La ley de desamortización abrió el camino a la ruptura de la traza colonial y facilitó la expansión urbana sobre terrenos que habían sido de la iglesia, del ayuntamiento y de las parcialidades indígenas, como conjuntos, colegios, escuelas, potreros, huertas y tierras de labranza. El efecto de la desamortización, sin embargo, no fue inmediato. Su manifestación más notable se observó casi treinta años más tarde, cuando la burguesía porfirista comenzó a edificar un nuevo modelo de ciudad durante el auge de la revolución industrial.



FIGURA 3. Proyecto para el desagüe del lago de Texcoco realizado por José Antonio Alzate y Ramírez (tomado en Trabulse, 1983). Alzate se oponía a la desecación total del lago, temiendo que ello alteraría severamente el clima y la economía productiva de la cuenca de México.

Durante el siglo XIX se hicieron muchas mejoras a los espacios verdes urbanos, particularmente durante el periodo de la intervención francesa (1865-1867), cuando el emperador Maximiliano reforestó muchas plazas de la ciudad siguiendo el diseño de los "jardines románticos" franceses. El Paseo de la Reforma, iniciado en 1865 por Maximiliano para transportarse más rápidamente del Palacio de Gobierno al Castillo de Chapultepec, fue finalizado más tarde por Sebastián Lerdo de Tejada. Cautivadas por la traza "europea" del paseo, las familias más ricas de la burguesía porfirista comenzaron a edificar grandes casonas sobre Reforma a finales del siglo XIX, iniciando así un movimiento de las colonias burguesas hacia el oeste de la ciudad que es todavía notable en la actualidad.

Las obras de drenaje del canal de Huehuetoca se ampliaron considerablemente durante el siglo XIX y, por primera vez, muchos citadinos comunes comenzaron a preocuparse por las consecuencias de secar los lagos. Una de estas consecuencias comenzó a hacerse evidente para muchos amantes de la jardinería: una costra de sales, conocida corno "salitre", comenzó a notarse en la superficie del suelo en muchas partes de la cuenca durante el tiempo de secas.

A pesar de las obras de drenaje, la navegación por canales fue un medio de transporte sumamente popular durante la Colonia y la Independencia, hasta finales del siglo pasado. Desde un muelle cercano al antiguo mercado de la Merced, al este del Zócalo capitalino, salían barcos de vapor hacia Xochimilco y Chalco (Sierra, 1984). El canal de La Viga, entre otros, permaneció activo durante buena parte del siglo y todavía era, como en los tiempos prehispánicos, una importante vía de transporte de productos agrícolas entre las chinampas de Xochimilco y el centro de la ciudad (Figura 4). También era un lugar favorito de paseo dominical para muchos mexicanos. Francisco Calderón de la Barca, en 1840, describió el Canal de la Viga de la siguiente manera:

Le bordea un canal con árboles que le dan sombra, y que conduce a las chinampas, y se ve siempre lleno de indios con sus embarcaciones, en las que traen frutas, flores y legumbres al mercado de México. Muy temprano en la mañana, es un agradable espectáculo verlos cómo se deslizan en sus canoas, cubiertas con toldos de verdes ramas y de flores. Es el de la Viga uno de los más bellos paseos que imaginarse pueden, y aún podría mejorarse; pero así como está, con la agradable sombra de sus árboles y el canal por donde desfilan las canoas, en un constante y perezoso ir y venir, sería difícil, a la hora del apacible atardecer, momentos antes de transponerse el sol, de preferencia en una hermosa tarde de un día de fiesta, encontrar en cualquier otra parte un espectáculo tan placentero o más inconfundible. Cual sea la clase social que muestre mayor gusto por el modo de gozar, es cosa que debe dejarse al juicio de los sabios: si los indios, con sus guirnaldas de flores y sus guitarras, sus bailes y canciones, y aleando las fragantes brisas, mientras sus canoas se deslizan al filo del agua, o a las señoras luciendo sus mejores vestidos y encerradas en sus coches, que se pasean en silencio, devolviendo con un amable movimiento de abanico los saludos de sus bellas amigas desde el fondo de sus carruajes, temerosas, al parecer, de que la leve caricia del céfiro pudiera ofenderlas; y sin embargo, una brisa suave, cargada de aromas, corre sobre las aguas adormecidas, y los últimos rayos del sol doran las ramas de los árboles con una luz quebrada y ya fugaz...


Figura 4. Navegación en el Canal de la Viga a finales del siglo XIX (tomado de Sierra, 1984).

Durante la prolongada dictadura de Porfirio Díaz, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la Revolución Industrial se instaló en México. Se construyeron fábricas y ferrocarriles y la ciudad se modernizó para beneficio de una pequeña burguesía, centralista y sumamente poderosa, cuyo objetivo urbanístico fue el de transformar las partes más ricas de la ciudad copiando la traza de las ciudades europeas de aquella época. Piezas de hierro fundido, fabricadas en Europa, fueron incorporadas profusamente a la arquitectura de los edificios públicos. Quioscos musicales, muchos de ellos al estilo del Pabellón Real de Brighton, fueron construidos en casi todas las plazas dando origen a una tradición de música de bandas que es todavía muy popular en las plazas de todo México.

Durante el porfiriato, por primera vez, la cuenca de México dejó de ser considerada como una serie de ciudades distintas, vinculadas más por el comercio que por una administración central, y empezó a ser considerada como una sola unidad vinculada por un gobierno central y una industria de importancia creciente. Los ferrocarriles recién instalados comenzaron a traer campesinos a la cuenca en busca de empleo en las nuevas fábricas y varios pueblos cercanos al centro de la ciudad, como Tacuba, Tacubaya y Azcapotzalco, fueron devorados por el creciente perímetro urbano.

LA REVOLUCIÓN (p. 47-49)

La Revolución Mexicana, entre 1910 y 1920, fue un periodo de crueles enfrentamientos entre la vieja burguesía porfirista, que defendía sus privilegios, y otros sectores sociales, fundamentalmente campesinos, que demandaban mayor participación en la distribución de la riqueza nacional. La ciudad de México tenía en aquella época 700 000 habitantes y, asombrosamente, sufrió pocos daños durante el conflicto. La Revolución fue un movimiento fundamentalmente rural, y la ciudad se convirtió en un refugio para familias provincianas de clase media, las que emigraron hacia la cuenca de México buscando protección bajo la nueva burocracia revolucionaria y las industrias locales.

CUADRO 1. Evolución de las áreas urbanas y la densidad poblacional en la ciudad de México desde 1600 hasta 1989. (Fuente: DDF, 1986)


*Valor proyectado
La Revolución se institucionalizó con la presidencia de Plutarco Elías Calles en 1924, y la paz volvió finalmente a México. El proceso de industrialización acelerado volvió a la ciudad, trayendo consigo, entre otras cosas, una marcada mejoría en el transporte público, la cual permitió la expansión del área urbana y en consecuencia la disminución en las densidades de la población urbana (Cuadro 1). Entre 1934 y 1940, durante el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas, muchas demandas populares fueron satisfechas.

Uno de los principales objetivos de Cárdenas fue la distribución de la tierra entre los campesinos. Se estableció la Reforma Agraria como Secretaría de Gobierno y miles de nuevos ejidos fueron creados sobre las tierras repartidas. Como parte de sus preocupaciones por el uso de la tierra, Cárdenas confirió una gran importancia a la creación de parques nacionales. Se preocupó, especialmente, por crear parques en las montañas que rodean a la cuenca de México y por la creación de áreas verdes dentro del perímetro urbano. Como resultado de esta política fueron creados los parques nacionales Desierto de los Leones y Cumbres del Ajusco, al oeste y al sur de la ciudad. La creación de estos parques buscaba, entre otras cosas, proteger las laderas de la cuenca de la deforestación. Desafortunadamente, durante la presidencia de Miguel Alemán (1946-1952), una buena parte del Parque Nacional Cumbres del Ajusco fue cedido a las industrias papeleras Loreto y Peña Pobre, las que comenzaron un ambicioso programa de tala forestal (DDF, 1986). Aunque éstas compañías se comprometieron a plantar algunos árboles como compensación, la eliminación del Parque Nacional y la deforestación de zonas boscosas cercanas a la ciudad abrieron el camino para la expansión de la raza urbana sobre importantes tierras forestales.

EL MÉXICO MODERNO (p. 49-50)

Durante el periodo posterior a la Revolución y sobre todo después de la segunda Guerra Mundial, el crecimiento industrial pregonado por el gobierno porfirista se hizo realidad. La ciudad de México se convirtió en una metrópolis industrial y comenzó un proceso de inmigración masiva desde el campo a la ciudad. En aproximadamente setenta años, la población del conglomerado urbano pasó de 700 000 (en el año de 1920) a 18 000 000 (en 1988). Ciudades periféricas como Coyoacán, Tlalpan y Xochimilco fueron incorporadas a la megalópolis. Se construyó un sistema de drenaje profundo para eliminar la torrencial escorrentía que generan miles de kilómetros cuadrados de asfalto y concreto y con este sistema de drenaje se acabaron de secar casi todos los antiguos lechos del lago. La disminución del agua del subsuelo en el fondo de la cuenca, producida por el bombeo de agua y el drenaje, produjo la contracción de las arcillas que antes formaban el lecho del lago y la ciudad se hundió unos nueve metros entre 1910 y 1988. Las velocidades del viento, extremadamente bajas en la altiplanicie de la cuenca, junto con la intensa actividad industrial y las emisiones de unos 4 000 000 de vehículos, han degradado la calidad de la atmósfera en la cuenca a niveles riesgosos para la salud humana.

El valle de México ha pasado ya por dos ciclos de expansión poblacional y colapso posterior. ¿Adónde irá a parar la cuenca de México en este nuevo ciclo de explosión demográfica? ¿Es posible discutir ordenada y metódicamente la dirección, la magnitud y el significado ambiental de estas inmensas transformaciones? En los siguientes capítulos analizaremos, a la luz de la información actualmente disponible, la trascendencia de estos cambios, y exploraremos algunas de sus posibles consecuencias futuras.

ACTIVIDADES INDIVIDUALES SOBRE LAS DOS LECTURAS:

De Ezcurra, se seleccionó partes de dos capítulos y el capítulo III completo, que trata la Historia ambiental de la Cuenca desde la prehistoria hasta fines del siglo XX.

También se te entregará en fotocopia una parte del texto de Alejandro Tortolero.

Sobre los dos textos, realizarás las siguientes actividades:

1ª. Fase:

Lectura completa de los dos textos. (Cada lectura, con sus actividades tiene un valor de 5 puntos –con las 3 fases)

Subrayar términos desconocidos, consultarlos en el diccionario y con ellos elabora un glosario.
Localiza las ideas centrales de cada parte y de cada capítulo.

Elaborar una síntesis escrita de cada uno, si puedes construirla a partir de las ideas centrales, mejor.

De cada tema o etapa, elabora una conclusión y/o una reflexión conclusiva.

Ubica un eje de todo el periodo de manera que te permita hilar la temática sin rupturas, esto es, como si fuera:

La vía de un tren o la vía por donde circula el metro, SÍGUELA sin salirte, sin descarrilarte.

En una cuartilla, explícala y si puedes utilizarla para hacer lo que te solicito en los puntos anteriores, mejor.

Construye algunos gráficos sobre cada etapa: cuadro sinóptico o mapa conceptual, líneas del tiempo, tablas Estadísticas o de pastel. Usa mapas geográficos para ubicar los lugares donde fueron los hechos.

Localiza dibujos, fotografías, caricaturas, o imágenes para ilustrar, si sabes dibujar has tus ilustraciones.

No utilizar monografías de la papelería, eso solo era para el nivel de primaria.

2ª. Fase:

Entrégalo Escrito en la clase del 28 de agosto.

Se considerará para ser evaluado: la calidad, esté completo, originalidad, creatividad y presentación.

(Cuida la limpieza y la ortografía)

3ª. Fase:

Prepara una exposición con lo anterior: Sólo en esta ocasión, puedes utilizar el recurso que te parezca idóneo.

Los posteriores trabajos, serán siempre en COMPUTADORA, digitalizados, pues tenemos un PIZARRÓN

ELECTRÓNICO para observarlos. Si quieres comenzar con éste… ¡Adelante!

Profesora: Susana Huerta González.

[1] La dirección electrónica para bajar este libro de Internet es: http://www.biblioteca.org.ar/autor.asp?texto=e&offset=-1

¿Qué es el Capitalismo?